Pasarse un sábado trabajando para un cliente pequeñísimo (una pequeña tienda de barrio), que prácticamente no dispone de presupuesto, que va a dejar un margen irrisorio, que no es rentable, que no va a ser capaz de valorar un buen trabajo de marketing (por lo que podríamos limitarnos a salir de paso), y a pesar de ello, centrarse en hacerlo de modo excelente se llama vocación.
Nuestra profesión es así. No siempre trabajamos para grandes empresas, ni para grandes proyectos. A veces nuestro trabajo es gris, oscuro, no tiene fuegos de artificio ni glamour. Hay proyectos, como este, que te ponen a prueba y que vienen a recordarte quién eres, para qué abriste la empresa y que vienen a tantear tu vocación para ver si vas en serio o te has dejado deslumbrar por la tontería de este sector. Para hacerte recordar que estas aquí para ayudar, para servir a quien lo necesita. Que tienes la obligación de utilizar el talento de tu organización para revertirlo en la sociedad y que decir NO a proyectos así es de una pedantería, arrogancia, falta de formación humana y de clase lamentables.
Últimamente tengo conversaciones con personas que no entienden esto, de modo que voy a intentar explicarme de la mejor manera que pueda. Un empresario no puede enfocarse en ganar dinero. Así de sencillo. Un empresario ha de enfocarse en servir a los demás a través de sus áreas de especialización. Si te enfocas en ganar dinero, el dinero nunca jamás llega, porque el dinero no es un fin sino la consecuencia de un fin, que es dar un servicio a quien lo necesita. La gente millonaria es gente que ha resuelto las necesidades de mucha gente y que ha ayudado mucho a la sociedad, aunque haya a quien le cueste verlo. El dinero son «puntos» por servicio.
Hay que volver a las raíces. Tu misión y tu visión están muy bien en el powerpoint aquel, pero es en días como estos cuando hay que ofrecerse entero. No todos los clientes son super rentables, pero todos los clientes son personas que te necesitan. Ya veremos cómo dimensionamos el servicio, pero no podemos dejar de servir jamás. Es una especie de turno de oficio o un médico sin fronteras del marketing.
Hay que volver a la base. Huyamos del postureo, del premio, del evento. Huyamos de las fiestas, de las galas, las entrevistas, el reconocimiento fácil y refugiémonos en lo que mejor sabemos hacer: trabajar, trabajar duro, servir a la sociedad a través de nuestro talento y, si Dios quiere, llegarán los «puntos».